Mientras pinta
Por Lucía Aguilera
El artista chileno Javier Barriga sale de su lugar de confort para encarar un trabajo enteramente pictórico, lleno de guiños a la historia del arte, a sus propias ideas y a los lineaminetos de las obras actuales. Nos infiltramos en su taller parisino siguiendo de cerca los primeros pasos de su trabajo, de cuyo avance estaremos pendientes.
Hace un tiempo, estaba dictando una clase sobre arte contemporáneo, y, a modo de ejemplo, mostré Vector (1997), una obra de Robert Ryman. Ver la tela completamente blanca incomodó a los asistentes, que empezaron a cuestionar en voz cada vez más alta el status de arte de eso que veían, hasta que una de las chicas, muy coqueta y eduacada, gritó: ¡Es un ladrón! Creí que iba a arrancar su camisa para mostrarme, como si estuviese en la tribuna del Nápoli, que debajo tenía una remera con la cara de Da Vinci.
Seiscientos años despues de los primeros estudios sobre perspectiva, en la era de la sociedad hipersimplificada de la comida rápida, una gran parte del público sigue emocionándose con lo mismo: la pintura que se acerca del modo más mimético y magistral a lo que ven nuestros ojos. No importa todo lo que haya sucedido en los siglos posteriores, que el arte se aproxime a la realidad que pecibimos sigue siendo una experiencia llena de intensidad.
A Javier lo conocí mientras respirábamos muy fuerte a ver si podíamos quedarnos con algo de lo que dejaron los más grandes. Él estaba en un camino hacia la apropiación de los viejos motivos y el estudio de las técnicas eternas, yo solamente apretaba mis labios para no desarmarme de la emoción.
Un tiempo después, desde la Rue de Rivoli N° 59, en París, una parte de lo que solo fue una fantasía, se cumple: ser un pintor en La Ciudad Luz. Él, que intervino las avenidas principales de Santiago, que salió en los periódicos por organizar una corrida de gente desnuda en las calles, montó instalaciones y performances en su taller chileno, pintó muros, construcciones destrozadas, y edificios en distintas ciudades, ahora me habla de jardines de ninfas, de la divina proporción.
Al tiempo que describe su proyecto para esa concurrida residencia de artistas, un sitio squatt casi obligado para muchos que visitan la ciudad, baja la cabeza y sonríe, explicando de qué se trata esta nueva etapa. Me aclara que no se quiere burlar de nada, y lo se.
En este camino, Javier está recuperando un clima perdido, en un presente que permite hacer a los artistas todo lo que quieran. Se mofa de sí mismo frente a la aventura de encarar una serie de obras cuyo referente está alejado en el tiempo, y ante a su propia idea cargada de romanticismo, dándole un giro completo al contenido de las imágenes. Entonces se vuelve un referente muy claro de esta contemporaneidad, donde los artistas no necesitan deshacerse o rechazar el arte del pasado, sino que tienen a mano esas obras para un nuevo uso.
Su actitud es tan jodidamente conciente y actual que me fascina.
Un skater escuchando música fuerte, rodeado de bocetos de siluetas femeninas, convocando modelos, haciendo estudios de observación y técnica, atendiendo a la luz en la sutileza de la piel de las chicas.
¿Vos te das cuenta lo que yo estoy haciendo?, me dice desde una sonrisa. Como queriéndome señalar que la irreverencia es hacia su propia actitud, que para mí es la de un prerrafaelista contemporáneo. Aplicando el lirismo pictórico al graffiti. Haciendo uso de las técnicas de la pintura más elevada para representar escenas eróticas, que escandalizarían a las señoras que asisten a los museos.
Así desdibuja los límites, da una vuelta de tuerca a lo preestablecido años atrás. En una actualidad donde todo vale, donde el arte se ha desmaterializado hace mucho tiempo, donde ya no hay reglas ni narrativas que direccionen el modo en que el arte debe ser, encontramos a un artista que revisa el pasado para mirar a la cara, gritarle y provocar al presente.
Para más información:
www.flickr.com/photos/barrigajavier