La vida (breve) es sueño
Por Sofía Castaño
Sofía Castaño nos deja sus comentarios sobre “La vida breve” que se presentará los domingos hasta principios de noviembre en el Teatro Santos 4040.
La literatura rusa (dramática o no) tiene sus personajes y paisajes, ciudades infernales, casas de campo decadentes, prostitutas locas, melancólicos poetas mediocres al borde del suicidio, terratenientes retrógrados y burguesas angustiadas. Por eso quien conoce la literatura (dramática o no) rusa, tiene la sospecha en La vida breve de que esto ya lo escuchó. En efecto, hay algo de Chéjov y algo de Tolstói, pero esa sensación de estar en terreno conocido compite con las permanentes sacudidas que da la escena a la platea. Para empezar, el espectador tiene que construir el espacio en que se mueven los personajes exclusivamente a partir de los diálogos, porque en la escena sólo hay sillas, percheros (mucha ropa), una puerta por donde entran y salen personajes y una ventana que da a un exterior. Además, ese tiempo inicial de acostumbramiento que tiene cualquier narración respetuosa, en que el espectador se familiariza con los personajes y su contexto, acá no existe. Es decir que al mismo tiempo que construimos lugares también construimos relaciones entre personajes y lo hacemos a toda velocidad, mientras los personajes obviamente no están describiendo su árbol genealógico sino que están hablando de otras cosas (infidelidades, deudas y gente que se tira debajo de los trenes). Cuando parece que tenemos el panorama más o menos controlado, que entendemos quién es quién, qué quiere cada uno y para dónde va el argumento (los avatares de una familia antes rica que enfrenta una deuda que no puede pagar), el tiempo cambia, hay huecos, saltos y resoluciones inexplicables. Y lo que se revuelve no es sólo la ficción, sino también nuestra forma de leerla, porque en ese mundo frío y ruso que ya empezábamos a conocer se cuelan elementos ajenos, más propios de nuestro ámbito. Esa ficción que nos esforzamos por (construir y) entender, se convierte en otra cosa.
Al final, entre tantas idas y venidas, tantos cambios de vestuario y de amantes, a pesar de que los personajes se han tomado el tiempo de contar sueños y cantar canciones, la sensación (al menos la mía) es que todo pasó demasiado rápido. Como pasa con las fiestas a las que llegamos tarde. Aquí estoy tentada de decir “se parece a la vida (breve o no) que cuando nos parece que tenemos todo controlado, ya cambian las reglas del juego o simplemente se termina”. Pero esa visión es demasiado melancólica y yo no soy un mediocre poeta al borde del suicidio, así que prefiero decir:
Es el lugar conocido (para muchos) de la literatura rusa pero con personajes y situaciones inéditas que no llegamos a comprender en profundidad, con un tiempo que se acelera o se ralentiza, que da saltos, y un espacio que se subdivide y multiplica o se funde perdiendo límites. La vida breve, que comienza hablando de sueños, se parece a un sueño.
La vida Breve
Dramaturgia: Esteban Bieda y Nahuel Cano
Dirección: Nahuel Cano
Elenco: María Abadi, Anabella Bacigalupo, Florencia Bergallo, Diego Echegoyen, Leonardo Murúa, Javier Pedersoli, Mariano Sayavedra.
Teatro: Santos 4040, Santos Dumont 4040
Domingos 19 hs.
Entrada: $150