La barca de Eridú

Por César Arango

Exploramos el mundo del modelismo en una entrevista a Mariano Torres, o según el autor de esta nota, ¿el creador de otra realidad? una realidad hecha a imagen y semejanza de ésta, pero a escala.

Entonces comprendí lo que ya sabía: lo que podemos imaginar ya existe,
en otra escala, en otro tiempo, nítido y lejano, igual que en otro sueño.
Ricardo Piglia

En el prólogo de El último lector, el escritor Ricardo Piglia narra su encuentro con el fotógrafo Russell; un loco que esconde en su estudio del barrio de Flores una réplica a escala de la Ciudad de Buenos Aires, con sus calles, árboles, semáforos, barrios. La ha construido durante años. La ciudad está ahí, entera, pero modificada y alterada por la visión microscópica del arquitecto. Él cree que esa ciudad es la real y la otra, la real, solo un espejismo o un recuerdo de aquella. Por eso está loco, dice Piglia. O por eso no es un simple fotógrafo. En este mismo texto, el escritor nombra la obra de arte como modelo reducido. Hace referencia a estudios del antropólogo Lévi-Strauss, al arte como síntesis del mundo. Así, la réplica de la ciudad sería, en palabras de Russell: “una síntesis de la realidad, un espejo que nos guía en la confusión de la vida”. Una máquina sinóptica, dirá Piglia. Es interesante que Russell llame guía a este modelo reducido; pues, en el Antiguo Egipto, la función original y religiosa del modelismo era una ofrenda que se hacía a los difuntos para que les sirviera de guía en el camino al más allá. Se trataba de representaciones navales, Barcas, que se dejaban en la tumba del difunto. Este modelismo es el más antiguo que se conoce. El hallazgo más remoto en oriente sería la Barca de Eridú. Hecha en terracota (tierra cocida); fue hallada en 1929 y está datada en el año 5000 a.C.

La antigua práctica de modelar objetos a escala llega a nuestros días, pero sus funciones fueron cambiando: religiosas, técnicas, decorativas o bélicas. La segunda guerra mundial y el cine han utilizado esta técnica para ensayar sus movimientos; en campos militares y en los estudios de filmación, los modelistas han servido para ayudar a preparar la guerra o para imaginarla, como en La guerra de las galaxias. Otros la han utilizado para cuestionarla: hay una obra del artista conceptual León Ferrari, La Civilización Occidental y Cristiana (1965), que toma dos modelos, un Cristo y un avión de combate a escala, y los hace coincidir en una cruz.

Mariano Torres también es fotógrafo. También es modelista. También está loco. Mejor dicho: no es un simple modelista. Su interés no es solo hacer réplicas a escala de autos y paisajes, sino complicar ese realismo, hacer fotografías realistas u oníricas que reproduzcan esas representaciones: representar la representación representada. Un juego platónico. Algo así como enfrentar dos espejos y multiplicar el número de guías, como la máquina de Russell. En esa clandestina fantasía trabaja, solo y en la sombra de su caverna, este ignoto modelista del barrio de Colegiales.

Toda práctica personal tiene una ficción de origen, un mito que la funda ¿Cuál es el tuyo? ¿Qué te motivó a realizar esta práctica?

Mi motivación principal en este mundo fue representar en escala objetos del mundo real. El uso de materiales relacionados a la plástica, como la pintura, el papel maché u objetos como ramitas de árboles, piedras, me fueron muy fáciles de manipular y trabajar. Este hobby -el modelismo-, lo traigo desde la infancia, incursionando en distintas ramas del mismo. El coleccionismo también es parte de este hobby, poniendo como enfoque principal la admiración por los detalles de las piezas.

Esta idea de “representar el mundo real” con el modelismo, la fusionás con la fotografía: representás las representaciones que hacés…

La fusión con la fotografía me ayuda a despertar una visión onírica de los objetos, práctica que re-transforma el modelismo. Abre mi imaginación y re-transforma como señalé antes, el modelismo. Práctica no tan bien vista socialmente por su obsesividad. Creo que la idea final es continuar jugando como en la infancia, donde uno armaba ciudades imaginarias con un orden superior al de la vida real. Si el juego no está presente no hay vida, esto lo trasladamos a una de nuestras actividades quizás sin darnos cuenta.

Símbolos del vértigo de la modernidad, los coches de carrera representan la velocidad, la competencia, la eficiencia… ¿te identifican estos conceptos?

Sí, todo lo que eso implica me apasiona, en el slot (circuitos de coches de tracción eléctrica), la representación del auto real se ve también plasmada en su andar, no solo en su estética; a mayor aerodinámica mejor eficiencia de la máquina. La competencia la siento como un desafío personal, no pensado hacia un contrincante. Esto sucede cuando simulo el mundo irreal en el que vivimos, en un mundo real.

Dentro del modelismo hay varias ramas, en su mayoría bélicas, las cuales no son de mi gusto, no me gusta representar una guerra, ni recrear armamento de éstas. En ese sentido prefiero fantasear competencias donde los vencedores son todos o ninguno y construir su entorno.

Este proyecto mágico de imaginar y modelar cosas me recuerda a un cuento de Borges, Las ruinas circulares, donde el protagonista se entrega a la tarea imposible de soñar un hombre, de modelarlo íntegro, hasta imponerlo a la realidad; y luego se da cuenta de que él también estaba siendo soñado por otro… ¿Creés en Dios?

Soy Yo! En un sueño, en el cual me sueño.

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