FEDERICO | Cap 1: Alguien que no esconde nada

Por Vicky Caracoche

Federico sabe lo que quiere, pero prefiere dudar. Es un personaje de ficción, pero para nada alejado de la realidad.
Federico hace lo que puede. Esta vez, intentará no mostrar todo de sí, aunque no siempre las cosas salen como lo planea.

Hacía mil días que llovía en Buenos Aires y eso seguro ponía melancólico a Federico.
Esa mañana se despertó y vio otra vez las gotas que castigaban la ventana. Le dieron ganas de no levantarse. Estaba cansado de sentirse un anfibio de departamento.
Tener que encarar el día, salir, relacionarse con el mundo exterior bajo un paraguas. Pero recordó que era un sábado sin trabajo, así que trató de volver a dormir, aunque no pudo. De repente el efecto “polaroid” había invadido su cabeza.

Federico se jactaba ante sus amigos de haber inventado tal recurso cine-mental, pero hoy no lo hacía muy feliz. Esto de cerrar los ojos y que empiecen a caer como diapositivas las fotos de vidas anteriores, de paisajes visitados, de amigos añorados, de Catalina. Sí, sobre todo de Catalina. Sólo ella, a decir verdad. Su cara, sus ojos, en el bosque de alerces, arriba del 152 con un ataque de risa, dormida en el pasto.

Se levantó como un resorte y fue a darse una ducha. Antes prendió la radio y sintonizó una emisora de pop; trataría de adoptar cualquier loop como un mantra para desprenderse de su imagen y le lave la cabeza, además del champú.
Salió del baño desnudo y se preparó unos mates. Se sentó frente al ventanal y observó la ciudad, tan gris como sus edificios. A pesar de la pequeñez de su departamento, se sentía en un lugar privilegiado. Estaba en un piso doce, nadie lo veía pero él sí podía ver mucho. Y lejos. Y viajar un poco con la mente. A veces tomaba su cámara y ajustaba el tele para captar situaciones de vecinos, y así inventaba fotonovelas para matar el tiempo.

Indagó en su agenda sabiendo que no tenía ningún compromiso, pero necesitaba tener un plan. Cuando le llovían trabajos rogaba por esos momentos de ocio y desnudez; pero los baches donde no lo llamaban ni para cubrir el evento más insignificante, eran muy traicioneros. Tampoco se sentía inspirado para salir a sacar fotos y seguir armando lentamente su primera muestra.
Se paró frente al ventanal y mirándose en su reflejo jugó a ser Bruce Lee por un rato; revoleaba el repasador como un nunchaku indoloro. Tiraba “iaes” y “uataes” enfrentando a un guerrero desconocido, y al derrotarlo le bailó una mezcla de haka maorí y lambada, moviendo la entrepierna como la hélice de un helicóptero. Esta mezcla de rituales hizo explotar a Federico en un ataque de risa; verse tan ridículo por decisión propia le levantaba el ánimo.
Se tiró en la cama hasta que se le pasara el calambre de risa de la barriga y se acordó de ella otra vez. Por suerte un griterío en el pasillo lo sacó de su nube.

– ¡Dale tarada! ¡No vamos a terminar nunca así!

Dos chicas pasaban frente a su puerta empujando un mastodonte que podía ser un lavarropas, una heladera o parte de la pirámide de Keops. La más grandota, morocha, que se parecía a la de Titanic, era la que dirigía la operación y la pelirroja de rulos estaba arrodillada y muerta de risa gritando que no podía más.

Federico miraba todo por la mirilla de la puerta; ver esas dos chicas tan lindas y estar desnudo le daba un poco de cosquillas. Tuvo un mínimo impulso de abrir la puerta de sopetón, pero asumió que no era una buena idea.
Mientras las chicas definían movimientos, se puso de un salto el jean y también una remera. Sintió que el destino le daba una oportunidad. Agarró la bolsa de basura como coartada y salió al pasillo, con tanto ímpetu que las dos chicas se dieron vuelta asustadas. Fueron varios segundos donde la situación se congeló.

– Hola –reaccionó Federico dejando la bolsa de basura a un costado- ¿Quieren que las ayude?
– Sí, dale –dijo la grandota- vos empujá con ganas y nosotras vamos orientando la heladera.

Se pusieron en campaña y tras seis minutos y varios choques contra la pared lograron llegar hasta la puerta del departamento “H”. Federico vivía en el “D”. Traspasaron el umbral y, como si fuera un muro a derribar, los tres se alinearon hasta colocarla sobre la pared de la cocina.
Luego se miraron tratando de recuperar el aire. Las chicas empezaron a reírse, quizá porque Federico estaba muy colorado.

– Me falta un poco de estado físico –se disculpó- soy Federico. Y extendió la mano hacia la pelirroja.
–  Ana –dijo ésta, y le tendió la mano un poco tímida y risueña.
– Valeria –dijo la doble de Kate Winslet y levantando las cejas le informó:  Tenés el cierre del pantalón bajo.

Y las dos explotaron. Federico se miró la entrepierna y vio su virilidad amenazada por el aire libre; unos movimientos de más y sería casi un cucú fuera de hora. Fue un segundo sin reacción hasta que saltando como un arlequín se subió el cierre. Así se dirigió a la puerta, agitó la mano y salió aturdido, mientras las chicas entre risas le agradecían el esfuerzo realizado.

Entró a su departamento, se sacó la ropa y volvió a meterse en la cama. Trató de dormir un rato más para no pensar en su exhibición gratuita. Supo que cada vez que se cruzaran el encuentro de esta mañana quedaría como un estigma, aunque ya encontraría la forma de reivindicarse.

Si querés leer más de Vicky:
undiarioabsurdo.blogspot.com

Fotografía por:
Adri Godis
www.adrianagodoy.com.ar 

¡Pasar al próximo capítulo!

 

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