FEDERICO | Cap 9: “Crónica de un reencuentro inesperado”

Por Vicky Caracoche

A través de un recuento de su vida amorosa, Federico asume que ha dado un paso hacia adelante. Aunque no todo es como parece.

Federico no es de esos que gustan de ventilar cuestiones personales ni alardear sobre sus conquistas, sobre todo cuando le está yendo muy pero muy bien (cuando le está yendo muy pero muy mal por ahí necesita descargarse un poquito). Sin embargo, desde su explosión carnal con Mavi (que tuvo sus varias continuaciones) se sentía bastante orgulloso. De qué, no sabía bien. Lo cierto es que esperaba cualquier excusa para mencionar el tema. Como el último domingo en el clásico asado en casa de Adrián, que se explayó un poco más.

– Qué buen domingo che – comentó Facundo con el segundo fernet en la mano – Vos Fede tenés cara de arruinado; le podrías decir a la pintora que te maquille un poquito, eh?

– Pero la verdad que hace tiempo no me sentía tan bien. Es perfecto: nos llevamos de diez, es una bomba, es divertida, y le importa todo un carajo, qué más puedo pedir?

– Es increíble pensar esto: cuando vos estabas naciendo, ella se compraba su primer corpiño; cuando vos recién le metías un piquito a alguna compañerita ella ya tenía unas cuantas aventuras encima, y ahora se juntan, y la matemática se va a cagar – Alejandro amaba las estadísticas, conjeturas y asociaciones varias – Yo nunca estuve con minas grandes.

– Bueno, pero es que vos sos un busca niñas incansable – le soltó Adrián – para vos cualquier mina arriba de veintiséis ya hace cola en el PAMI. En cambio Federico es un poco más abierto a nuevas experiencias; o a lo que pinte, justamente – Y todos rieron con el chiste fácil.

La realidad habla de una persona que no es un Don Juan, sino un promedio, un “está bien”, a mitad de camino entre un conquistador compulsivo y un ñoño con problemas de comunicación. Lo suyo son las rachas. La comparación con una serie televisiva es exacta: capítulos variados, personajes con mucho texto y otros tipo bolo secundario, altibajos en la historia para remontar con algún punto de giro interesante, y luego el final. Esto implica varias semanas de sequía, la angustia por la espera hasta la próxima temporada (lapso de desconocida y variable duración) para vivir nuevas aventuras, conocer personajes nuevos, experimentar momentos de suspenso, tensión, pasión, etc.

Esta mecánica de su vida sentimental la descubrió Federico hace unos años atrás cuando, ansioso por saber qué pasaría en “Lost” o “Los expedientes secretos X”, se dio cuenta que sentía lo mismo cuando concluía una relación (para ponerle un nombre) hasta la siguiente.

A pesar de esto, hoy Federico se siente distinto. Sabe que su relación con Mavi es diferente a todas las demás. Ella es trece años más grande y eso es algo importante. Es una mujer muy libre, no quiere ataduras de ningún tipo, y eso también es para tener en cuenta. Federico sabe que tiene acordadas presentaciones de su muestra en Hamburgo, Barcelona y otros lugares, y está bien con eso.

Lo que le pasa con ella es raro, pero un raro cautivante, excitante. Más allá que gracias a su intervención Federico pudo volver a navegar el universo erótico de la mano de alguien más, la química que surge cuando están juntos no tiene parangón.

Hubo muchas mujeres en los veintiocho años de Federico, pero sólo las más importantes permanecen con nombre en su memoria. Y sería injusto no reconocer que con cada una de ellas ha tenido explosivos encontronazos y choques de planetas inolvidables.

La primera vez que estrenó sus partes íntimas junto a alguien fue con Poli, su primer novia, sin desnudarse, apurados, ahora o nunca en el baño, antes que lleguen los padres de ella. Luego la cosa fue mejorando, pero tenían dieciséis años así que no se puede hablar mucho de química, sino más bien de experimentación primaria.

Después de meses de enamoramiento, la ansiedad adolescente por contactarse con otros cuerpos (cuantos más, mejor) fue más fuerte y adiós primer amor, con llanto, mocos y cachetazos incluidos.

Luego vinieron cuarto y quinto año, el viaje de egresados, fiestas y borracheras al por mayor; una época de siempre alguna fija y siempre alguna variable, con una impronta tan a lo galán que lo dejaba chiquito a Tom Cruise.

Ese personaje de ganador total le duró hasta que en uno de sus primeros trabajos como fotógrafo freelance conoció a Daniela, una modelo que lo volvió loco, tonto y desesperado. Se enamoró más él de ella que viceversa, tanto que empezó a parecerse a Pepe Le Pew pero más azucarado. Así estuvo por un año, hasta que la chica se empalagó y lo dejó solo con su amor y su olor a zorrino post adolescente.

Era demasiado joven para sufrir tanto, así que para vengarse de su yo anterior se despachó un buen tiempo correteando señoritas junto a Alejandro de copiloto (él llamaría esta etapa “la de los Duques de Hazzard”).

Luego apareció Natalia, una colega que conoció cubriendo el recital de Sepultura en 2007.

Fue una relación de pocos meses, intensa, un poco oscura, como las canciones de la banda. Se peleaban a gritos para luego chillarse en la cama, hasta que se dieron cuenta que no se escuchaban nunca. Demasiado heavy metal para algo que quería parecerse al amor.

Unos meses más tarde llegó Flavia, una paulista que había venido para completar sus estudios de cine y que dejó loco a Federico enseguida. Se enamoraron muy rápido y se pegotearon los cinco meses que a ella le quedaban por cursar. Cuando se volvió a Brasil, Federico arrastró a sus amigos a Ubatuba para no congelar este amor; pero entre la arena, la cerveza y la alegría brasilera aquél se derritió completamente y cada cual siguió su rumbo (lo que transformó esas vacaciones en el anecdotario más picante del grupo).

La vuelta a Buenos Aires prometía. El contacto con el mar y la arena blanca lo embargaron de una energía positiva arrolladora. Sentía que lo esperaba un gran año, con grandes cambios. Y así fue: en una de esas tardes donde el verano todavía no quiere irse la conoció a Catalina.

Ella fue la mujer más importante en la vida de Federico. Se encontraron y les explotó la cabeza. Ella se iba de viaje al otro día pero a las tres semanas volvió y los dos se sumergieron en un amor tan profundo como hermoso. Al tiempo Federico le hizo lugar en el placard y en la cama todos los días, hasta que el departamento se hizo chico y las diferencias cada vez más grandes. Luego de dos años la cuestión ya se tornó insoportable y comenzaron las idas y venidas, los cortes definitivos que fueron mil hasta el mil uno donde no se vieron nunca más.

Claro, ahora entiende de qué se siente orgulloso. Puede nombrarla, pensar en ella, en su persona, sin extrañarla o al menos, sin sentir millones de agujas que le pinchan el cuerpo.

Trata de recordar su cara pero no le sale; suele ocurrir que cuando se ama mucho a alguien y luego hay dolor, lo primero que nos olvidamos es el rostro. Es un fenómeno generalizado y sin explicación aún. Podemos recordar las manos, el sonido de la risa o cómo agarraba los cubiertos, pero la cara la quitamos de la memoria con un borratintas infalible, como si estuviéramos en “Volver al futuro” y las personas se fueran borrando de la fotografía de nuestras vidas.

Y ahora Mavi, con su libertad y su mente clara. Varios meses con el corazón roto fueron necesarios para recibir este manantial femenino de sonrisa brillante.

– Bueno, por lo menos ahora podemos nombrarla sin ningún problema, no? – ironizó Alejandro, que nunca había vivido semejante intensidad en sus amores.

– Podés nombrarla, escribirla, cantarla, lo que quieras, está todo bien – y Federico contestó satisfecho consigo mismo y con su estómago también.

Qué curioso es el destino que nos toca. La pregunta es obligada: somos nosotros que lo vamos construyendo, o simplemente las cosas suceden por casualidad?

Como esta tarde, cuando Federico opta por tomar el subte en hora pico. Respira profundo para alivianar su fobia y hace el esfuerzo; está muy cansado para viajar durante una hora en colectivo.

Apretujado, con Bowie sonando en sus auriculares, trata de distraerse observando a la gente que lo rodea, hasta que ve algo que lo sacude paralizándolo.

Ese sombrerito rojo. Sí, a ese sombrerito lo conoce muy bien. Y ahora ese sombrerito se da vuelta y lo mira directo a los ojos, como percatándose de que lo están observando.

Ahí esta ella, Catalina, y su cara. De vagón a vagón un oceáno de personas, pero sólo dos rostros, dos pares de ojos destellando sorprendidos.

Una cuestión de segundos: mirar para todos lados, sombrerito rojo, sacudón, Catalina. La vio y supo al instante que no había olvidado su hermosura, sus pecas que de lejos no se ven.

Entonces, otra vez el cuestionamiento. Por qué en una gran urbe, con miles y miles de personas pululando de un lado a otro y aún cambiando la rutina de nuestro rumbo, nos encontramos a pesar de todo?

En determinados ecosistemas la pregunta no tendría sentido, ya que por ejemplo en una sabana, un león puede cruzarse con un antílope o un ciervo. Sin embargo, jamás se encontraría con un perro o un tucán.

Quiere decir entonces, que si el destino así lo desea y las coordenadas se combinan, como seres de la misma especie podríamos toparnos con esa persona que jamás creeríamos ya sea en Taiwán, Formosa o en el Faro del Fin del Mundo?

Mientras tanto, ahí están los dos, mirándose en la multitud apretujada, los únicos sonriendo y justo tiene que empezar “Absolut begginers” en los auriculares. Ahora sí, Federico siente que si no estuviera sostenido por la masa se derrumbaría, como se derrumba su falsa superación cual castillo de naipes desprolijo.

Por ahí anda Cupido dando vueltas, no con un arco y flecha, sino con un AK-47 para volarles el corazón en mil pedazos. Son como dos niños que quieren jugar pero tienen vergüenza.

El tren se acerca a la estación y ambos se apresuran a bajar. No hay pensamiento, no hay recuerdos ni rencores. Sólo impulso.

Un aluvión de gente se interpone entre ellos; es como querer cruzar un río con la corriente en diagonal.

Por fin, se encuentran cara a cara. Sin hablar se abrazan. Federico cierra los ojos. La había extrañado mucho. Y ella también.

Si querés leer más de Vicky:
undiarioabsurdo.blogspot.com

Fotografía por:
Melina Constantakos
www.flickr.com/photos/melinaconstantakos

¡Pasar al próximo capítulo!

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