FEDERICO | Cap 6: “Vive la vida, loca”

Por Vicky Caracoche

Hoy Federico nos demuestra que no hay filosofía ni principios que nos ayuden a pronosticar cómo puede terminar una noche.

Dos hombres jóvenes en una noche tibia de marzo. Sábado de cerveza y filosofía de parámetros standard. Un ventanal que oficia de pantalla para ver las vidas de las otras ventanas, el movimiento, la reunión, el festejo, la anécdota posterior.
Cuándo quedó formalmente establecido el tránsito por la Vida Adulta?
Cuándo se inició, sin pasaje de vuelta, el viaje hacia la Madurez?
Quizá en otro momento el debate hubiese sido acerca de la posible existencia de satélites vigilantes cada tres kilómetros cuadrados en la estratosfera, o sobre si Yoko Ono tuvo algo que ver con la separación de los Beatles.
Pero luego de tres fines de semana consecutivos de tocar estos temas y otros un poco más profundos, ya era momento de no evadir más el asunto y cuestionarse esta nueva rutina.

– Cualquier cosa que puedas decirme es válida, lo que no es válido es que creas que si no salís todos los fines de semana estás entrando definitivamente en la dejadez de la vida adulta – sentenció Federico.

-Está bien, estamos de acuerdo en que hacemos lo que tenemos ganas, hasta ahí estamos bien. Pero si hilás fino, pensá: hace tres sábados que nos juntamos a tomar birra y filosofar sobre la vida y un montón de cosas. Hay un lugar donde eso es determinante. Es un camino de ida. Viene el frío, y menos ganas tenés de salir – argumentó convencido Alejandro – Luego cumplís 29 años y menos entusiasmo todavía, te vas achanchando. La proyección del fin de semana se limita a “qué ganas de una napolitana y una de Bruce Willis”.

-Pero nada compite con “Duro de matar”.

-No importa, no viene al caso, lo que digo es que ya somos los hámsters que se divierten en su ruedita o que se quedan horas masticando una zanahoria sin fin. Si hay un mundo afuera, no importa, el hámster está calentito en la caja de vidrio, tiene aserrín, comida y la ruedita y está todo bien, ni le importa lo que hacen otros hámsters. Y a nosotros nos está pasando eso, dejás de tener sed de experiencias, preferís quedarte en tu casa a ver una película o estás muy cansado para aunque sea pensar en ir a un bar.

-Entonces te vas “hamsterizando”.

A Federico no le preocupaba. Era cierto que hacía un tiempo, él y todas las personas que conocía de su generación, estaban en etapa de cambios radicales. Había más “cena temprano en la casa de Fulano” que “fiesta en la terraza de Zutano hasta reventar la mañana”, pero él no se lo cuestionaba (igual le extrañaba un poco tanta serenidad al respecto).
Para Alejandro, en cambio, la reducción de las salidas era sinónimo de pobreza afectiva, de muerte lenta de sus aventuras amorosas. Según sus propias estadísticas, disminuían en un setenta y tres por ciento las posibilidades de encontrar así a la futura madre de sus hijos (si bien el target de búsqueda se iniciaba con “mujer con la que podamos congeniar en diversos ámbitos compartidos”).

-Me quedan las pocas salidas que hagamos, más lo que pueda surgir del azar, digamos si encaro en el subte o en un kiosco, más lo que me pueda deparar el destino que no tengo ni idea, más recitales, muestras, etcétera. Tal vez tenga que ir más a museos, salir más los domingos de tarde, no sé. Del laburo obviamente ni pienso, así que ahí se me van unas cuantas oportunidades – calculó Alejandro.

-Lo dice justamente el que se pone de novio cada cuatro días. Realmente no sé de qué te preocupas, si chances tenés todo el tiempo, nunca perdés. Vamos a comprar más cerveza a ver si encontrás al amor de tu vida en la puerta del almacén.

Fue abrir la puerta y que los envuelva un sacudón musical que venía de la puerta “H”. Ah, las vecinas del “H”. Luego del “malentendido” que había protagonizado con Ana, Federico hizo un esfuerzo para no cruzársela, a pesar de que la bendita Ley de Murphy se esforzara para que eso ocurra. En el supermercado, antes de subir al ascensor, en la vereda de enfrente y por cruzar, siempre él la veía primero, lo que le permitía esconderse/darse vuelta/cruzar la calle/casi ponerse el diario abierto frente a los ojos para que ella no lo viera. Y es que quería evitar otra vez el ronroneo, el mirame y no me toques, esa falsa inocencia que la caracterizaba.
Pero esta vez y con la guardia baja abrieron la puerta del ascensor al unísono, ella adentro y él afuera, y dando un paso para adelante casi chocan y se besan sin querer.

-Qué bueno que te cruzo, Fede. Estamos de fiesta en casa, es el cumple de Vale. Vengan. Van a venir un montón de amigos. Te espero, a vos y a tu amigo – dijo Ana, apoyándole con fuerza el dedo índice en el pecho.

La cara de Alejandro se iluminó. Ya conocía la historia, pero a él no le importaba, quería una fiesta, y si era con gente sub veinticinco, mejor, seguro era más divertido. Federico no quería, pero en el fondo saboreó la idea de ir e ignorarla completamente, para demostrarle que no acusa sus desafíos histéricos, que a él las insinuaciones confusas no lo confunden.
Un rato más tarde tocaron la puerta del “H” con unas cervezas en la mano. Se abrió la puerta e ingresaron a un micro mundo. Cómo entra tanta gente en un departamento tan chico y la dinámica fiestera funciona, es un misterio metafísico irresuelto. Cincuenta personas en treinta y seis metros cuadrados y ver que la aglomeración y la buena onda pueden convivir, es un milagro posible.
En efecto, la fiesta iba sobre ruedas, y ambos iban rotando del living al dormitorio, luego cocina, pasillito y balcón para volver a empezar, y aun así siempre encontraban gente distinta. Federico estaba lejos de Ana, aunque sentía que ella se las arreglaba para estar dentro de su campo de visión, era como su extra personal tratando de figurar en el plano de sus ojos.
Como es habitual, Alejandro (bien bautizado “David Copperfield” en sus primeros años de secundario), envolvió con su hechizo a alguna señorita y ambos desaparecieron sin dejar rastro ni sospecha.
En la cola del baño, Federico encontró a Lucía, y sin darse cuenta pasó de charlar mucho de cualquier cosa a estar en su departamento mostrándole su álbum de murales porteños a estar besándose tirados en la cama y que ella le acaricie el pelo. Nada mal para los pronósticos de transformación en roedor que Alejandro auguraba.
Nada mal, hasta que sonó el timbre. Una, dos, tres veces. Federico pensó que eran algunos borrachos que salen a jugar de la fiesta, por la mirilla constató que no había nadie. Dos minutos más tarde chirrió también el portero eléctrico.

– Los borrachos se están yendo, tocan también abajo- pensó.

Federico y Lucía volvieron a lo que estaban haciendo, se había generado entre ellos un entendimiento que no necesitaba de palabras; ambos estaban dispuestos a comunicarse como lo hacen los animales, y lo iban haciendo muy bien.
Pero los golpes a la puerta volvieron, con intensidad, con convicción. Federico no quería suspender lo que estaba haciendo, no en este momento, dentro de cinco minutos quizá pudiese. Él hubiese sostenido la situación, pero cuando ya los golpes empezaron a mezclarse con el timbre, Lucía le dijo que podría ser una emergencia. Federico se levantó frustrado, se envolvió en la sábana y abrió sin mirar.

-Te fuiste y no me dijiste ni chau- era Ana.

Él no supo qué decirle. Ana se asomó por sobre su hombro y vio a Lucía.

-Lucía, estaba preocupada por vos, lo llamé a tu novio para ver si sabía dónde estabas. Y vos – lo increpó mirándolo fijo a los ojos- no puedo creer que estés haciendo esto. La verdad no te entiendo.

-¿Qué te importa lo que hago y con quien lo hago?- los ojos de Federico se desorbitaron.

-Me parece que no estás en condiciones de hacer preguntas.

Ahí se acordó de Glenn Close en “Atracción fatal” y tuvo la sensación de que su vecina se le parecía un poco. Ana dio la vuelta ofendida y se fue hasta su departamento, lo miró por última vez y pegó un portazo digno de una novela en horario central.

-Estoy en un momento raro con mi novio – se disculpó Lucía cuando bajaban en el ascensor- y ahora peor todavía. Me gustó mucho conocerte. Ojalá nos volvamos a cruzar.

-Sí, ojalá – contestó desahuciado.

Se despidieron incómodos y Federico se quedó sentado en la vereda, mirando la nada. Pensó que Ana también era un hámster, uno bien desorientado, marcando territorio en jaula ajena. Tendría que hacer un gran esfuerzo para no combatir con ella, para no tirarle aserrín en la cara ni escupirle sus lechugas. Por lo pronto, se iría a dormir para bajar la furia e idearía todas las maneras posibles de no volver a cruzarla jamás.

Si querés leer más de Vicky:
undiarioabsurdo.blogspot.com

Fotografía por:
Ivana Gorosito
www.behance.net/ivanagorosito

¡Pasar al próximo capítulo!

 

Compartir en: