FEDERICO | Cap 4: La imaginación al poder

Por Vicky Caracoche

Los indicios de la vida real a veces dan un mensaje equivocado. Aquí Federico comprobará que hasta los finales anunciados pueden sorprender al espectador más versado.

-Me encantaría que me saquen fotos desnuda- dijo Ana mientras miraba uno de los álbumes que Federico había catalogado como “Misceláneas” – Que sean en blanco y negro -prosiguió-  El negro bien oscuro y el blanco bien blanco, de espaldas, o de perfil, sentada en algún sillón de estilo, o tirada en una cama, entre sábanas arrugadas. Muy cliché, no?

Ella seguía mirando las fotos y hablando, como quien no quiere la cosa, sugiriendo con una inocencia provocadora.

Mientras él calentaba agua para los mates, la observaba de reojo desde la cocinita, la escudriñaba hasta dolerle el párpado, a ver si entendía su juego. Era hermosa y parecía la angelical adolescente protagonista de una serie de los setenta que corre por los prados a alimentar los patos de su granja, y luego recoge las flores que guarda en su blanca pollera de campesina.

Desde que ella entró a su casa, esa imagen se instaló en la mente de Federico, trastornándolo y sometiéndolo a fantasías triple equis que tenía que esforzarse en eliminar para, al menos, poder hilar dos frases seguidas y no segregar saliva extra.

Ana no era una campesina; había llegado de Junín un par de años antes junto a su prima Valeria (la doble de Kate Winslet), y se habían mudado a este edificio hacía poco.

-Estoy cursando algunas materias de Diseño Gráfico, pero no me convence demasiado. Voy de acá para allá, estuve viendo de pasarme a Derecho el año que viene, nada que ver, pero estoy que no me decido- contó al apoyarse sobre el respaldo de la silla, dejando ver un escote libre debajo de esa solera de algodón floreada. Federico quedó hipnotizado y ella se rió como si nada, tomó un pedazo de bizcochuelo y dijo, antes del primer mordisco:

-Perdón, estoy muy de entrecasa.

Federico se levantó de un salto y fue hasta la cocinita, contándole su pasión por la fotografía para cortar un poco esa tensión que lo agobiaba. Hablaba un poco desesperado por cambiar de tema, por atomizar su cabeza. Llevó agua y un par de vasos, más servilletas, pensó en dulce de leche o mermelada para untar y los descartó automáticamente; su imaginación estaba a mil por horas y todo era un disparador.

-Te gusta la torta que preparé? Hoy vinieron unas amigas a la tarde, estuvimos todo el día echadas y comiendo. También había preparado unos panes, algunos con queso y otros con orégano. Me encanta amasar, me relaja, es poner amor en algo, no te parece? A vos te gusta cocinar?

-Más que cocinar me gusta comer, me preparo algunas cosas, pero no soy un experto. Cuando quieras podrías calmar mi apetito.

Pensó Federico que ya era momento de devolver alguna jugada. De repente se vio a él mismo en el campo, con un enterito de jean arremangado en la botamanga y nada debajo, transpirado de trabajar en la cosecha de algodón y ella apareciendo con el almuerzo en una canasta.

-Obvio – se entusiasmó ella mientras tomaba el mate- Te puedo hacer comida árabe, me sale muy, muy bien.

-Me encanta, se come con los dedos, no? – y unos colmillos virtuales iban apareciendo en su boca.

-Sí, con los dedos. Pero hay muchas cosas que se comen con los dedos, mirá – tomando otra porción de torta Ana le ofreció un bocado que él no dudó en aceptar, y luego ella le dio un mordiscón enorme mirándolo fijo a los ojos – Ves? Por Dios, me salió espectacular, comé porque me lo voy a comer todo yo.

Sí, y a Federico se le disparó la cabeza. Ahora están tirados sobre una manta y ella de la canasta saca unas manzanas tan rojas que encandilan; el sólo hecho de pensar en manzanas y mordiscos lo lleva a la desnudez total, sí, sí, están desnudos y comiendo manzanas y ya que está también helado, porque hace mucho calor y están desnudos, y el helado se derrite y es lo mejor que podría pasar.

-La verdad sos una genia, traés esto tan rico, ahora me siento en deuda con vos.

-Bueno, tampoco es que lo hice para que me quedes debiendo algo, pero ya que insistís, vamos a ver cómo te lo puedo cobrar. Ahora sos mi vecino deudor -dijo y se rió un poco maliciosa.

Podría ser que ella es la que le alquila la hacienda y viene a reclamarle el pago que le corresponde, pero él, todo sudado y sucio, no tiene nada para darle salvo eso, sí, lo que le corresponde, lo que se merece. Los pensamientos de Federico se tornaron cada vez más salvajes e incontrolables, eran monstruos que le devoraban la capacidad de razonar o responder algo inteligente o que no estuviera ligado a “quiero desnudarte y reconstruir la humanidad”. Sólo veía insinuaciones en Ana y ella parecía no darse cuenta; tenía un cóctel de ingenuidad y desparpajo que lo mantenía en vilo.

Entonces tomó su guitarra y comenzó a rasguear algunos temas sueltos, un poco de Bowie, algo de Led Zeppelin, o Pearl Jam.

-Qué noche hermosa -dijo Ana y se estiró en la silla, poniendo los pies sobre la baranda del balcón. Dejaba ver sus muslos blancos y se acariciaba el pelo mientras lo miraba a Federico hacerse el Eddie Vedder, aunque con menos pasión- Tocá “Black”. Ese tema me transporta. Aparte tenés una voz tan dulce, dale, tocala.

Y ahora la tiene ahí, tirada en el pasto, mirándolo embobada y comiendo frutillas con esos labios carnosos, jugueteando con sus piernas y su pelo, su solero de flores que no guarda nada, el escote anárquico, rodeados de parvas de maíz y él con una pipa en la boca que lo deja cantar bien igual, y en cualquier momento suelta la guitarra y ya para eso los dos están otra vez desnudos y él se le tira encima y se revuelcan por el pasto cuesta abajo hasta terminar al borde de un lago para explotar el atardecer.

-Me imagino esa canción, en una playa a la noche, con estrellas, es una combinación mágica no?

Ah sí, por supuesto, el pasto le gusta pero la playa lo enloquece. Desnudos también, claro, con la luna y las estrellas (volverse cursi ya no le importa a Federico), al borde del mar, no hay nadie, es una playa virgen, claro, y ella se va mojando con las olas que vienen y van, llenándose de arena que despacito le tapa algunas partes de su cuerpo, como pequeños secretos que hay que descubrir.

-Bueno, pero falta la playa nomás, es sólo un detalle, lo demás lo tenemos todo -le dijo acercándose a ella con la silla.

-Ya sé cómo podemos saldar la deuda – dijo Ana de repente – me podés sacar vos las fotos en blanco y negro. Te gustaría?

-Por supuesto. Podemos probar muchas cosas distintas, lo que quieras. Cualquier cosa antes que deberte algo.

-Sí, me das confianza, podría hacerlo totalmente con vos.

Y ahora sí pensó que era momento de darle lo que le corresponde, antes que las fotos, que la comida, que el cobro de la hacienda o la arena que se le escurre entre las piernas.

-Soy muy confiable, muy cuidadoso, muy aplicado -e iba acercando lentamente su cara a la de Ana para besarla, para dejar la fantasía y volver a lo animal, a lo primitivo. Casi rozando su boca ella se corrió dos centímetros y quedó mirándolo.

-No entiendo lo que hacés –le soltó sorprendida.

De un suspiro, toda la película se quedó sin final; como si se hubiese cortado la luz en el cine en el momento más esperado, o se hubiera enredado la cinta en el proyector rompiendo todo el mecanismo.

-Pretendía besarte, nada más.

-No sé en qué momento yo te dí un motivo o una señal diciéndote “Besame”. Explicame porque la verdad, no me doy cuenta -dijo inocente, levantándose de la silla.

-Y qué te parece, por ejemplo, cuando me mostraste que debajo del vestido estás en bolas? O cuando me diste de comer en la boca? O cuando me miraste acariciándote las piernas? Si querés sigo, pero está bien, seguro que todo fue idea mía.

Federico se había enojado. Ahora él reclamaba lo que le correspondía, era un montaraz valeroso que había sorteado muchos escollos para llegar hasta su damisela (que por fuerza seguía desnuda) y no se dejaría pisotear tan fácilmente.

-Pero disculpame, no me había dado cuenta para nada, tengo la mejor onda, pero … – algo de la bravura de Federico la cautivó – Mejor me voy. Igual lo de las fotos sigue en pie, sí? – le sonrió unos instantes y cerró la puerta.

Federico se tiró en la cama, heroico a pesar de la derrota, y antes de que despunte el amanecer y deba salir a cabalgar, alimentó su hombría y se quedó dormido.

Si querés leer más de Vicky:
undiarioabsurdo.blogspot.com

Fotografía por:
Rocío Pichon Rivière
www.rociopichonriviere.com

¡Pasar al próximo capítulo!

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