FEDERICO | Cap 11: “Positivo / Negativo”

Por Vicky Caracoche

Inmerso en la soledad de la noche, Federico encuentra una imagen de sí mismo que desconoce, o al menos hasta hoy, que evita desde pequeño.

Cuando Federico era chico, digamos unos cinco o seis años, tenía algunos miedos. Los más fundamentales eran a los reflejos nocturnos en las ventanas, a perderse si alguna vez iba al desierto y a los tornados.

Por supuesto, el primer ítem era el verdadero protagonista de sus fantasías. Estaba muy lejos de un viaje al Sahara o al Atacama y los tornados sólo eran noticia en países lejanos.

Al abrir la puerta del dormitorio, lo primero que veía era su reflejo en el vidrio. Si se quedaba quieto mirándose, esa imagen podía transformarse en un desfile de seres extraños del otro lado del cristal o, lo que es mucho peor, a sus espaldas. Tan solo pensarlo y se le erizaban los pelitos de la nuca y el brazo.

Por ese motivo, evitaba el contacto visual con la ventana por la noche, haciendo de cuenta que ahí no había nada interesante, y si estaba particularmente sensible al susto, entraba a su habitación agachado.

Nunca nadie conoció esta faceta de su personalidad, salvo sus padres. Cuando lo veían entrar al dormitorio reptando, tanto Norma como Enrique evitaban demasiados comentarios. “Soy una cobra asesina que busca un tesoro” o “estoy jugando al enano poderoso” avisaba Federico, y ellos ya sabían de qué se trataba.

Quizás era orgullo o vergüenza, pero jamás le contó a nadie sobre sus miedos secretos. Era como estar más que desnudo, como estar sin piel y que se vean todos los órganos: algo impresionante e insoportable de compartir.

Si se sentía muy desahuciado, elegía entre sus juguetes un soldado de G.I. Joe y lo ponía en la cabecera de la cama para que le hiciera guardia, así podía dormir tranquilo.

Cuando años después le agarró la rebeldía adolescente y era un militante anti-todo, revoleó el soldadito y su cantinela patriótica al tacho de basura, despreciando con su arrogancia púber todas las trasnochadas que el pobre muñeco había soportado.

Los años pasaron y sus fantasías terroríficas fueron diluyéndose, a pesar que hoy hay más tornados que hace veinte años y también más desiertos. De todas formas, cuando pasa por un vidrio o un espejo siempre lo hace rapidito y sin mirar.

Sentado la otra noche frente al ventanal, Federico recordó esos momentos de desolación, y se preguntó por qué. Era quizás por ser hijo único y percibir la soledad más cruda en la desnudez de su habitación? No lo sabía, pero algo de eso le resonó.

Esa misma sensación de su niñez empezó a tomar forma de nuevo. Apoltronado en su silla, a oscuras y con el ventanal abierto para ver mejor la ciudad iluminada, una ola extraña lo inundó. Como una bufanda suave pero interminable un abismo repleto de vacío le acarició la espalda y la planta de los pies.

Se quedó quieto y respiró. Tomó un trago de cerveza, se reacomodó. Tomó otro trago, pero esta vez fue difícil pasarla: era como si una pelotita de ping pong se le hubiera atascado en la garganta.

Revisando, todo iba bien en su vida: su relación con Catalina camina alegre, su trabajo fluye y lo disfruta, no tiene grandes cuestiones con su personalidad ni con las personas en general.

– Es decir, bueno, ojalá pudiera cambiar el mundo, ser el revolucionario que atraiga multitudes y logre la utopía máxima, el bien de todos, la paz del mundo, pero estoy un poco lejos de alcanzarlas – le daba un poco de culpa no ser un líder social, pero no era ésta su inquietud hoy.

Tenía la impresión de estar parado en la cornisa de un edificio alto, muy alto, escapándose del esposo de la amante. Abajo los autos se ven muy chiquititos y apenas puede oírlos. Para peor avanza de costado y todas las ventanas están cerradas, hace frío y él solamente alcanzó a ponerse los calzoncillos.

Era como un niño desprotegido otra vez. A pesar de su orgullo, si pudiese verle la cara al G.I.Joe no se sentiría tan solo. Sabía que la solución no era llamar por teléfono a Catalina o a Alejandro; habría algo flotando en su mente que él no podría compartir.

Esperó un rato, quiso poner la mente en blanco, relajar la nuca y los hombros. Pero muy terca esa sensación le llenaba el pecho como un collar combinado de melones, cocos y sandías.

De repente los ojos se le llenaron de agua y eso fue el colmo. Quería llorar pero ni siquiera sabía bien por qué, ya era ridículo. Así que despachó todo su prejuicio a mansalva; censuró cualquier impulso que lo hiciera sentirse un flojo, un blando, un tarado que ni siquiera sabe por qué llorar. Lo único que le falta es tirarse al piso y hacer un berrinche a los gritos y despatarrado, como esos poseídos truchos que muestran en los microprogramas religiosos.

Ofuscado, intentó terminar la cerveza pero fue imposible: ahora tenía una pelota de tenis.

Entonces ya no pudo seguir la farsa y asumió lo patético que se sentía, y se dejó ser. Con un tímido balbuceo de bebé pensó que canalizaría toda su angustia, pero ese puchero fue la puerta de entrada hacia un llanto impensado por él, con arcadas y mocos saliendo de su nariz generosamente.

Tirado boca abajo en su cama para ahogar los gritos que le salían de las vísceras, dejó fluir su zozobra aún sintiendo un poco de vergüenza sobre sí mismo. Con puñetazos en la almohada y sacudones en los pies, se acurrucó nariz con ombligo brindando a quien lo viera con binoculares un espectáculo grotesco.

Se liberó hasta llegar al paroxismo de la lágrima, el pico máximo del llanto que también trabaja los abdominales y los pectorales.
Cuando ya no le quedaba más nada para desahogarse, se incorporó. Sentía los ojos hinchados y la nariz como si le hubieran acertado con una gomera. A oscuras en el espejo del baño constató que se parecía a la rana Renée.

Fue a la ventana y dejó que la brisa nocturna le secara todo lo que tenía en la cara, dejándosela tirante.

– Ya está. Ya pasó. Ya estoy bien. Fue una descarga. Ya estoy bien – se repitió Federico – Al final duró un segundo, no era para tanto. Es todo tan efímero.

“Efímero”, pensó otra vez, y abrió los ojos. Algo se destrabó. Fugaz, pasajero, breve. Palabras que le dieron vértigo en los pies y unas cosquillas amargas en las manos.

La siguiente palabra que apareció fue miedo. Temor, inquietud, angustia.

Como una araña tenaz y laboriosa, el inconsciente teje mensajes cifrados que se manifiestan de forma caprichosa y sin argumento evidente.

Federico no esperaba toparse con sus fantasmas reflejados en su vidrio interior y sin embargo, ahora tenía que enfrentarlos. Ningún muñeco lo ayudaría y no le serviría de nada tirarse al piso para evitarlos, porque seguirían ahí, mirándolo con impúdica soberbia.

Volviendo una y otra vez sobre la palabra clave “efímero”, reconoció en ese conjunto de letras la base de su inquietud. Trató de unir ese vocablo con su realidad actual y las encontró incompatibles.
Pero, lo son realmente? Acaso no es efímero todo lo que sucede? Hoy, mañana, ayer. Si la vida misma es fugaz, para qué tanto alboroto?

Hoy Federico vive un momento de felicidad, de tranquilidad pero, hasta cuándo? Cuánto tiempo puede durar hasta que se rompa la magia? Cuánto puede estar el fantasma sin aparecer detrás y romper el equilibrio de la realidad?

Esa sensación de instante diminuto es igual a la eternidad en la vida de cada uno, tal como es en la fotografía misma.

El momento fugaz, captado para siempre y plasmado en un negativo: es la esencia, el esqueleto, tiene que existir para dar vida a la imagen, a la realidad, al positivo. Y ese proceso de cambio, el revelado, es como la desintegración del todo para su recomposición definitiva, es el reflejo y la imagen real. El presente, la instantánea, la verdad del ahora.

Pensando en su oficio, encontró una respuesta que calmó su ansiedad con algo que podía comprender.
Federico tomó la cámara y se retrató. Quiso captar para siempre su propio proceso fotográfico. Su negativo y su revelado: lo real, tal como es, sin cambio alguno. De cara a sus miedos se sintió un poco más bravo que un soldado de juguete.

Si querés leer más de Vicky:
undiarioabsurdo.blogspot.com

Fotografía por:

Mauro Nicolás Franceschetti
www.maurofranceschetti.com.ar

¡Pasar al próximo capítulo!

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