Cinco razones por las que amamos a Quentin

Por Vicky Caracoche

Revisamos al polémico Tarantino y recordamos por qué se convirtió para toda una generación en un director de culto.

Una nueva camada de directores sacudió a la industria cinematográfica en la década del noventa con guiones extraordinarios y una apuesta estética diferente a todo lo visto anteriormente.
Uno de estos sacudidores por excelencia es Quentin Tarantino. Este nerd cinéfilo empleado de un videoclub se transformó en un director con sello propio, a pesar de las críticas que suscitan sus películas.

Que aburre un poco, que monta escenas muy largas o con mucho texto, algunos hasta dicen que se volvió demasiado Tarantino (lo mismo dicen de Wes Anderson o Woody Allen) repitiéndose a sí mismo hasta en los cameos, donde aprovecha para ventilar su ego.
De todas maneras, estos enunciados peyorativos no logran opacar la carrera de un tipo que desde su primera película desarrolló un estilo que mezcla la ironía, la sangre a rolete y una estética visual que marca precedente.
Con cada una de sus historias evoluciona, si bien no es un hacedor compulsivo, y hace lo que se le antoja con un desparpajo admirable.
Si hacemos de cuenta que te encadenaron a tu sillón o butaca (gesto no muy simpático que podría hacerte cualquier personaje tarantinesco) para ver toda su filmografía, seguro vas a encontrar los cinco infaltables del combo Quentin:

– Universo de personajes intensos de toda calaña. Dentro de esa variedad tan heterogénea, hay tres estereotipos que se repiten en todas sus películas: los delincuentes que hacen su trabajo, los perversos que disfrutan con el sufrimiento ajeno y los héroes que vuelven para hacer justicia. Los primeros parecen gente común, tipos o tipas duras con quienes tomarías unas birras si no supieras a qué se dedican. Incluso aunque lo sepas, pueden caerte tan bien que las tomarías igual.
Luego vienen los perversos, bien sádicos, que gozan torturando y matando con y sin razón usando todo tipo de armas y artilugios.
Coronan este tríptico los héroes y heroínas que buscan justicia y no tienen ningún tipo de escrúpulos a la hora de matar. Quien fuera víctima es ahora victimario y toda la audiencia está de su lado. El que ahora va a sufrir lo merece con creces y esperamos ese momento ansiosos.
Este punto nos lleva al segundo ingrediente.

– La empatía con la carnicería. Por supuesto, esta complicidad está directamente relacionada con su ejecutor.
Los cambios de rol entre víctimas y criminales son tan atrapantes que potencian el deseo de hacerle lo peor a ese malvado sin sentir la menor culpa o vergüenza.
En absolutamente todas las películas de Tarantino hay muertes y torturas, pero ¿cuántas de ellas recordamos? Orejas arrancadas, sadomasoquistas ultraviolentos, cabezas desholladas y muchas barbaridades más. Sin embargo, a veces ni nos molestan.
Vuelan pedazos de sesos y se salpica sangre para todos lados como un homenaje a las películas clase B y hay cierta comicidad en la tragedia. Lo burdo de la violencia física es menos importante que la necesidad de satisfacer la sed de revancha.
El derrotero insoportable de muchos de sus personajes toca la fibra íntima del espectador que si tuviese el poder y la capacidad tomaría por sí mismo el sable, el arma o cualquier otro medio para despedazar y/o hacerle lo que sea a ése, su enemigo ficticio actual.

– Meterse con la historia universal y modificarla como a la mayoría nos hubiese gustado que fuera. Es realizar la epopeya heroica que alimenta nuestro espíritu de revancha. Es calmar la herida de la injusticia, como un merthiolate visual. Prender fuego a Hitler y secuaces o masacrar torturadores esclavistas podría haber cambiado la historia quizá para mejor, pero eso nunca lo sabremos. Por suerte, un director se tomó el atrevimiento de modificarla y nos regaló la ilusión de un mundo diferente a partir de un cambio violento y positivo a pesar de sí mismo.

– La banda sonora es una pieza fundamental en el trabajo de Tarantino. Casi un fetiche.
La música y un excelente montaje van de la mano para construir escenas memorables y dibujar rítmicamente la línea en historias que no siempre son lineales.
La elección musical te hace mover el pie o bailar internamente en detrimento de lo que estás viendo y eso es un juego muy astuto. Podés estar presenciando una escena horrorosa de tortura o muerte pero hay algo que suena que te relaja a pesar de todo, un ritmo, una voz, un rock duro o bailable, lo justo y necesario para combinar contradicciones. Y eso me lleva al último ingrediente del combo.

– La mezcla de estilos cinematográficos marca su propia estética. Tomó un poco de todo lo que vio y de eso sacó sus preferidos. En sus películas podemos encontrar elementos del spaguetti western con un poco de kung fu, cinexploitation y cine clase B. Por otro lado, los efectos de presentación y la tipografía usada llevan al espectador a un momento fuera de la película, ya que cada inicio tiene un impacto visual y sonoro que va más allá del argumento.

Concluyendo, lo interesante es que a partir de las singularidades descritas más arriba podemos encontrar detalles muy ricos en el trabajo de este director. Líneas de guión excelentes, humoradas sutiles o guiños al espectador son algunas particularidades que nos permiten redescubrir sus películas cada vez que las miramos. Les dejo el desafío.

Filmografía:

1987 – My Best Friend’s Birthday (Corto)
1992 – Reservoir Dogs
1994 – Pulp Fiction
1995 – Four Rooms (Director invitado)
1997 – Jackie Brown
2003 – Kill Bill Vol. 1
2004 – Kill Bill Vol. 2
2005 – Sin City (Director invitado)
2007 – Death Proof
2009 – Inglourious Basterds
2012 – Django Unchained

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