FEDERICO | Cap 2: Un héroe dentro de otro
Por Vicky Caracoche
No siempre las cosas salen como deseamos. Mucho menos cuando las necesitamos. Esta vez, Federico se sacará la careta para disfrazarse de sí mismo.
“Nueve días y ningún trabajo”, buen título para una de terror argento- pensó Federico.
Es que era así. De repente una sequía laboral marchitaba parte de sus ahorros y empezaba a deshojar la planta de sus preocupaciones. La independencia tiene un costo muy alto, le dijo una vez Norma, su madre, no muy convencida de que se largara por su cuenta a trabajar de fotógrafo. Podés hacer lo que quieras, pero estudiá una carrera, y mientras tanto vas sacando fotos, para no perder el ritmo. Claro, si hubiese estudiado arquitectura, hubiese hecho un negoción en la inmobiliaria de papá Enrique. Pero fue perseverante consigo mismo y se la jugó; como hijo único sus padres evitaban objetarlo demasiado para no frustrarlo: esa ambigüedad de la libre elección entre la conveniencia y el hundimiento futuro.
En ese recreo forzado, ya había hecho todas esas cuestiones que tenía que hacer e iba dejando para más adelante: pagar cuentas (para arrancar el problema de raíz), leer novelas y libros de historia (para seguir aprendiendo), sacar fotos (para ir armando su muestra), llamar a sus tías (para que lo inviten a cenar), salir con sus amigos (para emborracharse y sentirse más adolescente), sacar ese bendito tema de Bowie con la guitarra (para reavivar la esperanza de tocar en una banda), no llamar a Catalina (para que vea que la superé).
Dice cierta filosofía que cuando uno pone mucho su pensamiento sobre algo, finalmente ocurre lo deseado. Así le pasó a Federico: tanto anhelar un llamado laboral, éste por fin hizo su aparición en el celular como una campana de liberación.
Esta filosofía también dice que las cosas que con nuestra energía pueden suceder, no siempre ocurren tal como lo esperábamos. Es que quien llamaba era Jorge, y Federico hacía mucho que ya no trabajaba con él. A estas alturas, Jorge lo llamaba como último recurso, cuando ya no tenía a más nadie para cubrir sus trabajos; y Federico lo atendía si estaba en las últimas, como ahora. Ambos coincidían sólo en situaciones extremas, alimentadas por la glotonería de dinero de Jorge y por el hambre de estómago de Federico. Y es que Jorge tenía un don especial para captar trabajos particulares, odiosos, incómodos, lo que le hacía tener una relación muy conflictiva con sus empleados. Por eso –además porque a Federico no le gusta esa parte del oficio- ya no participaba de estas antipáticas tareas.
– Mirá, el trabajo es muy simple: es una fiesta de quince. Yo sé que vos ya no hacés estas cosas, pero va a estar bueno, es mucho dinero, va a ser una terrible celebración. Imaginate que es la hija de un empresario muy importante, no ahorraron en nada, así que mucho menos en el registro de la fiesta. Aparte me harías un gran favor, todos los chicos ya tienen trabajo el viernes. Vos sos mi salvación, Federico, que te parece?
Y Federico, muy a su pesar, aceptó. Tenía dos días para construir en su cabeza un escenario complementario a la fiesta llena de jovencitos excitados y lágrimas de “ahora sos una mujer”, que le permita trabajar sin cuestionarse.
Pero el día viernes llegó y el otro escenario estaba de huelga. Se vistió acorde a la ocasión y salió. Viajó hasta las lomas de San Isidro pensando en términos capitalistas, ahí sí pudo sentir cierto confort.
Llegó al gran caserón donde se haría la fiesta y se registró en la entrada. Atravesó el parque por la parte lateral e ingresó a una salita de estar donde lo esperaba el coordinador del evento. Federico notó algo extraño en el ambiente en general, pero aún no se había dado cuenta de lo que ocurría.
– Te informo que va a ser una fiesta de disfraces –le dijo amable pero secamente el coordinador- por ende todos tenemos que disfrazarnos.
– No entiendo, yo soy el fotógrafo. No tengo nada que ver con el festejo.
– Y vos te pensás que yo realmente soy Pedro Picapiedras? – esta vez no fue tan amable- Es la disposición de la cumpleañera. Todos – dijo remarcando la palabra y mirándolo fijo- nos tenemos que disfrazar. Sobre ese sillón, está el traje que sobró. Como llegaste último, no podés elegir, ese es el único que quedó.
Federico tardó en reaccionar. Miró hacia el sillón y ahí yacía, deseoso de ser lucido, un resplandeciente traje de He-Man, con su dorada cabellera corte carré haciendo juego.
De repente, se sintió como Michael Douglas en “Un día de furia”. Hubiese deseado tener un bate para romper toda la salita llena de adornos de porcelana; hubiese querido que el coordinador sea el empleado del fast food que no le quiere servir el desayuno fuera de horario para agarrárselas con él, para hacerle entender la ridiculez del planteo. Pero adivinó en sus ojos que el otro también se sentía un poquito Douglas, así que respiró siguiendo esa cierta filosofía y fue a cambiarse.
Y comenzó la fiesta. Los invitados disfrazados con los mejores trajes, uno más excéntrico y novedoso que el otro, mientras todos los que trabajaban portaban la vestimenta menos original que existe. Todos disfrazados, menos los mozos, claro. Cierta lógica en tanto absurdo. Federico se sentía desmoralizado, ni siquiera tenía un Battlecat amigo que lo animara un poco, como todo He-Man se merece. Hasta que se acordó de Michael Douglas. Y dijo basta.
Sólo podría trabajar si liberaba todo su sarcasmo y sus prejuicios, todo su ser antisocial camuflado en una sunga de peluche medieval, un alter ego malévolo escondido tras una delicada peluca rubia. Todo un profesional, jamás permitiría que las fuerzas de Skeletor obstruyeran su profesionalismo.
Cuando ya estaba amaneciendo y la fiesta había llegado a su fin, Federico fue a cambiarse, pero antes posicionó la cámara y se autorretrató posando en personaje con un gatito que andaba merodeando, para regalarle a la cumpleañera un recuerdo de su infortunado paso por el castillo de Grayskull.
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undiarioabsurdo.